Por la entrada de Agua Salud, hasta llegar a la cima de esa montaña, pasando por el Manicomio, se encuentra el sector Lídice, localidad que posee una estructura similar a todos los otros barrios de Caracas, en el mismo se nota la falta de espacios públicos y la cantidad de casas que se desarrollan simultáneamente con el barrio. Esta parte de la ciudad a pesar de ya estar en una cota más alta de la misma busca elevarse más demostrando que la tendencia de crecimiento es vertical.
Sus callejones son laberintos, donde la educación tal vez se pierda y no logre su cometido que es iluminar las mentes de los habitantes del barrio. Definitivamente que para surgir en esas condiciones se tiene que ser realmente especial, sin embargo los barrios son lugares de esperanzas, donde se realizan festejos, bailes, fiestas, festivales, y campeonatos deportivos.
Las casas están muy lejos de ser el lugar donde vives, son castillos, cada habitante se siente como un rey, no hay que los llene mas de orgullo, que el honor de haber construido la casa y levantarla, ese levantamiento crece como una colmena, en cada piso siguiente habita la hija cuando se casa, el hijo con su mujer y sus niños, todos viviendo bajo el imperio matriarcal de la abeja reina.
Ya esos ladrillos no son simplemente una solución habitacional que surgió de la necesidad de vivienda de los emigrantes del campo, ya tienen historia, ya tienen identidad, ya tienen sus iglesias, ya su proceso de creación de recuerdos e identidad se encuentra avanzada. Todos estos sentimientos se conjugan con la sensación de que el lugar donde duermes es absolutamente tuyo y nadie te lo puede quitar, tan suyas son esas casas como lo son sus pensamientos, son sus hogares, sus santuarios.
Así se sentía mi abuela Aura Anzola, a pesar de vivir 40 años despertándose con el llanto de una novia que le asesinaron al novio, o una madre a la cual su hijo lo ajusticiaron por la venta de drogas, o un homicida pidiendo clemencia, pues los mismos delincuentes, son jueces, abogados y clientes. La despertaba el llanto pues ya el sonido de los disparos no era suficiente para perder el sueño. Pues con todo esto que yo presencie de niño, no era suficiente para que mi abuela se quisiera ir de ahí. Y a pesar de ello y de los callejones medievales del barrio los hijos de Aura Anzola les legó la luz, y surgieron, estudiaron, progresaron, y asumieron como primer acto de superación mudarse del barrio. Tal vez los hijos tomaron con frialdad dejar el lugar donde se criaron, donde tuvieron su primer novio o novia, o su primer hijo, porque irse era su meta de vida.
No había tarea mas difícil para mi padre y mis tíos, que convencer a mi abuela que podría vivir en un lugar mejor, en un lugar donde no se tiene que ver a una persona pasándole coleto a una mancha de sangre, fueron años y años de intentar convencerla; ella siempre dijo que fue ese barrio el que la ayudo a verlas y verlos crecer, ella siempre alegó, cómo junto con mi abuelo empezaron con unas láminas de hierro que sobraron de una empresa las primeras paredes de la casa, poco a poco le construyeron un anillo de bloques, y después su techo. Honor al dicho que dice que el último techo de la casa siempre es de zinc, porque nunca se sabe cuando se sacara el otro piso.
Ya con tanta insistencia por parte de sus hijos, mi abuela salió de Lídice, hoy en día vive en una casa en Guatire, donde la dinámica es muy diferente, las personas muy diferentes, y quizás lo que más le molesta a mi abuela, que ya no esta José el bodeguero de la esquina que vendía pan de horno, o chucho su compadre del mondongo los domingos. Le dieron una casa muy bonita, pero que no incorporaba recuerdos, ni amigos, una nueva urbanización urgida de costumbres, necesitada de carácter.
“Aura Anzola reside en Guatire lo único que se le quedó en Lídice fue su corazón”
Por Rocky, estudiante de urbanismo. Materia Electiva: Situaciòn de la Vivienda y el Hàbitat en Venezuela