“Me estaba contando Juana que su marido José la deja por la mañana sin papelón ni café y de noche cuando llega, me contaba con dolor, que la regaña y le pega sin tener razón”. Y cuál será la razón que hace falta, me pregunto yo, para que el marido le pegue a su mujer. “Muuuuchas” puede que refute algún inepto por allí que no tenga ni una gota de vergüenza y en su cerebro sólo haya resquicios para lo elemental; pero uno más pulido y relamido, de esos echones de la gran urbe que se las dan de entendidos en diversas áreas, entre las que se cuentan el roce social y el buen gusto a lo Zippo, a lo Fiat diseñado por un tal Pirín Farina, a lo Victorinox y Mont Blanc —o sea, pura pinta y lumbre— puede que venga y diga, con lenguaje afectado y aplastante convicción, que a una mujer ni con el pétalo de una rosa (¡ya!), que todo debe ser delicadeza y dulzura para ella (¡basta!), que nada ni nadie jamás podrían profanar ese culto a la mujer que todo hombre debe practicar —un lugar común más y termino en indigestión— y, sin embargo, habría que darle una inspeccioncita al asunto, ¿no creen?, hacerle una pequeña radiografía a su relación a ver si lo que dice se sostiene en el cotidiano devenir que es la vida, ya que no sabemos cuál es el tenor del vínculo del tipo con la tipa en el mullido nidito d’amour que presumiblemente construyen con esmero y embeleso. Por ejemplo, habría que averiguar cómo van las inmediaciones relativas al trabajo del personaje, en materia de canas al aire, o qué se dice en el furor etílico de esas salidas con los amigotes sobre la supuesta bienamada y sus congéneres o en qué consisten exactamente esas escapaditas camufladas bajo la forma de reuniones de emergencia que parecieran no faltar en ninguna relación de pareja. Porque es que es innegable que la violencia psicológica existe y que es una de las más peligrosas y abundantes, llegando a alcanzar insospechados grados de sofisticación, y cada una de las situaciones arriba mencionadas forma parte de esa violencia que a ritmo de cuentagotas puede echar por tierra la autoestima de la más pintada, incluso si las estrategias utilizadas son tan trilladas como las referidas. De modo que en el caso de nuestro patiquincito de ciudad no sabemos cuál es la verdad verdadera, como dirían mis amigos legistas, sino que puede que se imponga una verdad aparente que deje espacio para una duda razonable —como nuestra temeraria Rosa Cádiz hizo saber con desparpajo y casi con sorna a un país sumido en el espanto, al momento de dar el esperado veredicto en el juicio efectuado hace algunos meses—.
Entonces, empiezo a escuchar la canción de la española Bebe que, estupendamente interpretada, acusa, “Malo, malo, malo eres no se daña a quien se quiere, no, tonto, tonto, tonto eres, no te pienses mejor que las mujeres” y que en una estrofa narra la escena de gritos y golpes en la que ruega, agónica: “Una vez más no, por favor, que estoy cansada y no puedo con el corazón. Una vez más no, mi amor, por favor, no grites, que los niños duermen”. Y ahora sí hablo de violencia purita y no enmascarada, de esa que mientan intra, ultra, para, extra, co, super y requete familiar, y que tiene tantas formas de aparición como prefijos deseen ponerle las instituciones que de modo tan tímido y discutible se yerguen como abanderadas de la causa femenina en nuestra nación. Y es que en este apretado tejido social que nos circunda, las mujeres recibimos más censuras y restricciones que muchos otros. Sabemos que son simples obstáculos para que no aparezca la mujer de iniciativa, fuerza y poder que todas podemos ser, pero por eso es que hay que hablar del paquete en el que estamos metidos con esto de la violencia de género, porque ojalá éste fuera un problema sólo de España o de nuestras latitudes, no, lamentablemente es un asunto presente en casi todas las culturas de nuestro planeta. No obstante, hay que decir que, a pesar de todo esto y de que en la mayoría de los ámbitos donde nos desenvolvemos está presente tal violencia, las mujeres hemos sabido surgir y escalar posiciones a punta de mérito y esfuerzo. Permanecemos, pues, en pie de lucha hoy en día gracias al honorable aguante y a la valentía de nuestras abuelas y madres… y a nuestra fe.
Escrito por:
Rosa Elena Perez Mendoza
Estampas. EL Universal
rosa_elena_perez@hotmail.com
rosaelenaperez@gmail.com
sábado, 24 de octubre de 2009
Una vez más no, mi amor, por favor, no grites, que los niños duermen”
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Reflexiones
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